Agustín Torralba (Gloria para can)



GLORIA PARA CAN

No puedo dormir. Son las 3.15 de la mañana. Llevo tres horas intentando conciliar el sueño, pero este mal presentimiento no me deja pegar ojo. Desde ayer, siento un nudo en el estómago, algo malo va a pasar. También lo noté cuando falleció mi hermano Carlos. Ese día quedo marcado  en mi vida para siempre, pero por mi honor y el suyo que yo, Tyrone José González Orama, vengaré su muerte algún día.

Me levanto, me prendo un cigarro e intento olvidar esta paranoia refugiándome en las páginas de mi cuaderno. Escribo lo que pienso, y pienso que la realidad está tan podrida como la mente de esos que se mueven por la moda, que hay gente capaz de traicionar a sus amigos y a sus valores por un par de perras y esa gente luego dice ser real.

Pero de algún modo tengo el consuelo de que mi mensaje esté llegando a mucha gente y así a lo mejor puedo contribuir a limpiar este mundo de falsedad, aunque no es gracias a Dios. Dios abandonó este mundo hace tiempo, o eso creo, ya que si existiese, se dejaría ver.

Paso la noche en vela, escribo hasta desgastar mi lápiz y llenar mi cuaderno de frases duras, pero verdaderas. Paso el día un poco paranoico, sentado en mi sofá hasta que me vino a la mente un fragmento de un tema que escribí. El tema decía así:

“Lloré de la arrechera mientras en la acera caigo, escucho a una señora que grita que mataron a Carlos. Solo entonces fue que sonreí aliviado, porque Carlos fue el bastardo que mato a mi hermano.”

Entonces sentí un escalofrío. ¿Seria eso una señal? ¿Un presagio? Podría ser incluso la predicción de mi propia muerte. Ya por la tarde, me dirijo a casa de mi amigo Carlos en busca de respuestas. Desde que empecé a investigar acerca de la muerte de mi hermano, él actuaba raro. Cuando llegué a la puerta de su casa me llevé una gran sorpresa.

No fue Carlos quien abrió la puerta sino Natalia, mi ex novia y novia de mi amigo en ese momento. Fuimos al salón y charlamos tranquilamente durante un rato. Me sentía cómodo a su lado y añoraba los tiempos que pasamos. Fue entonces cuando ella me dijo: “Te echo de menos”.

Sentí dolor en ese momento, pero ese dolor fue curado por la pasión. Besé sus labios como solía hacer en aquellos tiempos felices en los que estábamos juntos. Me di cuenta de que a pesar de todo lo que pasó entre nosotros, la amaba. Y ella me amaba a mí. En ese momento llegó Carlos y al vernos, comido por la ira y el enfado, se abalanzó sobre mi, dispuesto a quitarme la vida.

-Te mataré como al bastardo de tu hermano- dijo Carlos mientras apretaba mi cuello con sus fuertes manos. Eso fue lo ultimo que escuché antes de caer por la ventana de su piso. En aquel momento comencé a llorar. Lloraba por la rabia, el odio, la arrechera. Iba a morir cuando por fin había vuelto a encontrar al amor en mi vida entre tanto odio. Aunque entre tanta angustia y dolor, hubo algo que me saco una última y macabra sonrisa. Un grito desgarrador de Carlos rompió el silencio sepulcral que había en aquel momento y, justo después, escuché a Natalia pidiendo ayuda para intentar recuperar a Carlos, a quien mató en defensa propia. Por fin lo entendí todo: el mal presagio, la canción y la paranoia cuando me vino a la mente por última vez ese perturbador fragmento de mi canción.

“Lloré de la arrechera mientras en la acera caigo, escucho a una señora que grita que mataron a Carlos. Solo entonces fue que sonreí aliviado porque Carlos fue el bastardo que mató a mi hermano”.

Agustín Torralba







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