Victoria Mendoza Velasco (Una vida para recordar)



UNA VIDA PARA RECORDAR

El 1 de diciembre de 1965, a las 14:00, comienza todo. Qué casualidad que ese día a esa misma hora nací yo, ¿y quién soy yo? Os preguntaréis. Yo soy Juan Carlos Mendoza Cuerdo y os voy a contar la historia de mi vida.

Mi vida comenzó en un hospital de la ciudad de Segovia, siendo yo un pequeñajo que pesaba 3,18 kilos con la cabeza cubierta de pelo negro como el carbón. Pasaron los años y me empecé a dar cuenta que no era el único niño en mi casa, tenía dos hermanos María del Carmen y Daniel junto con mis padres Daniel y Carmen. De esta época no he conseguido mantener ningún recuerdo importante lo único que recuerdo es ir cada fin de semana con mi abuela Lucía y mis primas a comer al restaurante familiar, El Mesón de Cándido.

Pasaron los años y para mi desgracia como para la de cualquier otro niño comenzó el colegio, yo asistí al colegio de los maristas en Segovia. Mi padre siempre solía llevarme y traerme de aquel horrible lugar animándome y trayéndome bocatas que eran casi más grandes que mi pequeño cuerpo de 5 años. Los años transcurrieron y un servidor se fue haciendo mayor, empezaron a llegar las novias, las fiestas y sobre todo lo más importante, la mili. La mili fue de las mejores experiencias de mi vida, en 1985 yo llegué a mi cuartel en Zaragoza, conocí a mi capitán, el coronel García, y a mis compañeros, Carlos Barranco, Juan Padilla y Luis Ángel Lobera, cuatro novatos segovianos en el mismo cuarto…

Todos teníamos claro que al ser los novatos, es decir la carne fresca, esa noche no iba a ser muy tranquila que digamos. Y así fue, yo personalmente nunca me despierto por nada, y en parte esa fue mi perdición. A la mañana siguiente al escuchar la trompeta de la mañana y abrir los ojos lo único que vi fue nada y empecé a notar un olor muy desagradable además de encontrarme en una incómoda posición. Resulta que la pasada noche los cadetes al saber que íbamos a entrar habían dejado huevos podridos en nuestros lechos y como colmo, voltearon nuestras camas y las anclaron para que no pudiéramos salir de ahí. Tuvo que venir el coronel a sacarnos de ahí y para nuestra vergüenza, vio la hermosa pintada en nuestro cuarto que decía “Todos los de Segovia son maricones” a la que le dio la razón.

Los meses fueron pasando y los entrenamientos endureciéndose. Una tarde cualquiera del mes de mayo, nuestra actividad fue construir un puente con exclusivamente piedras, simulando encontrarnos en guerra. Al yo ser el director de la construcción y demás me ascendieron a cadete. Yo feliz y entusiasmado se lo conté a mi padre Daniel Mendoza Serrano que pasó a ser, según me contó, en el padre más orgulloso de España. Pero para alegría o disgusto la mili acabó, pero yo ya no quería seguir más en Segovia, quería conocer más lugares, así que decidí mudarme a Madrid y abrir mi propio bar.

Me encantaba Malasaña, me encantaba Madrid, por fin había encontrado mi lugar en el mundo. Todos los días abría el Moly Malone, un pub irlandés del que yo era director, mi vida iba sobre ruedas todo me salía bien y estaba plenamente feliz conmigo mismo. Una mañana cualquiera me tuve que acercar a la calle Ibiza a otro bar perteneciente a nuestra cadena para recoger un par de encargos. Quién me diría a mí que ese momento cambiaría mi vida para siempre, el caso es que llegue, recogí el pedido y al salir mis ojos se clavaron en una muchacha, una chica joven, de mi edad, con un pelo negro y rizado parecido al de Lynda Carter pero mucho más bonito, guapa como ninguna y con unos ojos miel que te envolvían con una ola de tranquilidad. En resumidas cuentas, acababa de encontrar a la mujer de mis sueños. Nervioso como una gallina y siendo torpe como soy, se me cayeron un par de cosas con la suerte de que esta chica misteriosa me ayudó, Celina Velasco se llamaba. Empezamos a hablar y nos entendimos tan bien que decidimos quedar al día siguiente. Las semanas pasaban y nos veíamos cada vez más a pesar de su trabajo de directora en televisión española.

Finalmente el día llegó, me iba a casar, y no con una simple chica, no, no, me iba a casar con la chica. Nuestra boda pasó a ser el momento más bonito de mi vida, fue oficiada en la iglesia de San Millán, en Segovia cómo no, y después celebrada en el pórtico de Cándido, el restaurante familiar. Ahora sí que sí mi vida era de sueño, quizá no era perfecta para algunos pero yo estaba bien, tenía a mis hermanos, mis padres, mi perro Snell y una preciosa esposa.

Todo era demasiado bonito, pero el 12 de diciembre de 1998 mi padre falleció enfermo por un cáncer de pulmón, en mis manos. A partir de aquel instante mi familia comenzó de desmoronarse germinando las envidias y el dolor, porque en otras cosas somos como el día y la noche pero los Mendoza somos cabezotas donde los haya. Cansado de discusiones y más discusiones me refugié con mi verdadera familia, mi mujer y mi futuro bebe. Pronto descubrimos que no iba a ser un mini Juan Carlos, íbamos a tener una pequeña princesita.

El 14 de agosto de 2002 a las 16 horas llegó al mundo lo más bonito de mi vida y que me deja sin aliento cada vez que la veo ¿cómo yo siendo un patoso podré haber creado algo tan perfecto?, mi hija Victoria. Sé que mi vida no os interese a la mayoría y que penséis que no tiene nada de especial, pero para mí, mi vida son fallos y aciertos, cosas buenas y malas pero todas ellas con un fin, el fin de ser feliz. ¿O no es eso lo más importante?
Victoria Mendoza Velasco, 4ºESO-E, escrito el 11/11/2017

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