Pablo Yannone (La habitación de Rose)



LA HABITACIÓN DE ROSE

Las noches pueden ser cortas si tenemos la suerte de dormir de un tirón, o largas si nos despertamos en más de una ocasión. Esto puede ocurrir por diversos motivos: pesadillas, enfermedad, o incluso, como según disparatadas teorías afirman, porque nos estaban observando. Ésta última, seguro que muchos conoceréis el por qué: ese cosquilleo en la nuca que te deja helado, y esa terrible necesidad de buscar al culpable a tus alrededores, solo que cuando abres los ojos, simplemente no hay nadie.
Pero entre el apartado de enfermedades, habría una, la más terrorífica de todas, llamada Parálisis del sueño, y yo tuve la oportunidad de vivir esta experiencia…
Ya amanecía, y podía sentir los rayos del sol golpear mi cara, y obligaba a mis párpados a abrirse y a despojar los sueños de mi mente. Pero no tuve tiempo alguno de suspirar antes de que mi alarma sonara, porque cuando me desperté no fue de una manera tranquila, más bien sobrecogedora. Tomé una bocanada de aire para regar a mis despavoridos pulmones, y cuando fui a coger mi reloj situado en la mesilla de noche, no pude; mi brazo estaba dormido. Me abrumé bastante y la cegadora luz que penetraba a través del ventanal que se situaba justo enfrente de mí no ayudaba. Ni mucho menos las flores estampadas alrededor de éste, que me irritaban, y de una manera extraña me estremecían. Y no era solo mi brazo el inmóvil, también mis piernas, mi otro brazo e incluso mi cuello, que estaba adherido a la almohada y renegaba a separarse de ella. En ese momento no pude racionar lo que ocurría, solo pensar que estaba siendo víctima de una nefasta pesadilla, que me absorbía y no dejaba escapar de ella. Volví a intentar moverme, pero fue en vano. Era como si mis músculos estuvieran cerrados a cal y canto, y que por mucho que tratase de ponerlos en funcionamiento no fueran a ceder. Y claro, dentro de los músculos entraban los párpados, que estaban tan abiertos que sentía que mis ojos fueran a salirse de las órbitas. Sentía que de mis pestañas algo tiraba hacia arriba, una especia de cadena, y que si me resistía, la cadena iba a arrancármelas.
La sensación ya era agobiante de por sí, y más cuando sentí que me hundía en la cama, como si me estuviera cayendo sin cambiar mi ubicación, o que unas arenas movedizas me estuvieran aspirando para encarcelarme de por vida bajo tierra. Mi corazón, como sería lo normal, latía desmesuradamente, y parecía a punto de despegar, al igual que mi respiración, que estaba tan agitada que mis pulmones no daban a vasto con tanta inhalación y exhalación, solo que no sentía como mi diafragma se hinchaba, sintiéndome como si mi cuerpo no fuera mío, como si estuviera muerto.
Recé por que todo se quedara allí, que la pesadilla fuera un poco misericordiosa conmigo y no me castigara con más horribles sensaciones, pero cuando escuché la puerta abrirse y chirriar tan estridentemente, y a continuación unos pasos diminutos  acercarse a mí, me di cuenta de que todo era real.
La madera crujía, lo que me servía de alarma para saber cuánto le quedaba a fuera quien fuese para situarse justo a mi derecha, a mi lado más vulnerable en aquel instante. Y cuando el suelo se detuvo, y el silencio volvió a reinar, supe que ya estaba allí, a la altura de mi oreja para decirme:
-VETE DE AQUÍ
Al tiempo que la serpenteante voz sonaba, e inconfundiblemente la de una cría de ocho años, mi piel se erizó, mi tímpano se encogió y aunque tuviera dos mantas por encima, sentí más frío que nunca. Pero lo peor era que por mucho que tratara de ver lo que me había hablado, mis globos oculares no cedían, estaban tan petrificados como mi cerebro, que no podía racionalizar lo que estaba sucediendo.
-VETE DE AQUÍ
Esas tenebrosas palabras se repitieron, solo que esta vez más graves, tomando un tono mucho más lúgubre, que me hizo palidecer, hasta con ganas de llorar, pero mis lágrimas no existían en un desierto de sequedad que mis ojos eran allí.
-VETE DE AQUÍ
Más profunda, oscura, como si surgiera del inframundo. Tenía aun más agobio, y me realizaba la misma pregunta continuamente: ¿me estaría volviendo loco?
Justo al tiempo que se volvió a proliferar la frase a mi oído: VETE DE AQUÍ, el suelo tembló, los cajones se abrieron simultáneamente y la ropa que colgaba de la mesa se deslizó hasta caer. Traté de gritar, pero mis labios estaban sellados, y tenía la sensación de que nadie iba a oírme.
Pero por fin, recibí el mejor regalo que me podía esperar: pude pestañear, lo que suponía que todo había terminado.
La sangré volvió a regar mi cuerpo. Mis dedos de los pies se pudieron mover poco a poco, al igual que mis muñecas e incluso cuello, lo que suponía que podría mirar a la derecha, y descubrir si de verdad alguien me había estado mirando a la vez que me susurraba esas inocentes palabras, pero estremecedoras. Me armé de valor y lo que vi me dejó helado: no había absolutamente nada, pero, ¿por qué me decepcionaba? ¿Acaso prefería pensar que de verdad una voz angelical que se convertía más tarde en la del demonio me había estado murmurando cosas?
Tal vez sí, porque a nadie le gustaría reconocer su locura…
Claro está, que en las próximas horas no dormí lo más mínimo, sino que esperé a oír un andar por el pasillo de la desconocida casa hasta sentir que no me exponía a un peligro inminente. (Estaba en Irlanda pasando un mes en una familia irlandesa, por lo que jamás me sentiría del todo seguro, pero unas pisadas bastarían para sanar mi temor).
Hubiera deseado salir huyendo, pero tenía un picor en la barbilla que me suplicaba que no lo hiciera, porque, ¿y si un ser me acechaba, debajo de la cama, esperando a que saliera corriendo para agarrarme?
Al pensar eso me estremecí a mis adentros, y recordé la voz: VETE DE AQUÍ
Debería hacerla caso, pero me picaba la curiosidad…
Cuando por fin escuché una puerta abrirse y unos pasos retumbar en el corredor, pisé el suelo, pero antes, miré debajo de la cama: nada más que un hueco oscuro y polvoriento, pero había un objeto perdido en la sombra ¡mi reloj! Sabía que algo me faltaba, pero, ¿cómo diablos había llegado hasta ahí? Y lo más extraño, ¿por qué al mirarlo marcaban las 3:00 si serían más de las 6:00?
Salí escopetado del dormitorio y fui a ver a la mujer con la que me hospedaba y le conté hasta el último detalle a una velocidad temeraria, y encima en inglés, por lo que cualquiera me habría entendido…
Pero la mujer me entendió y pude apreciar en su mirada la mezcla de consternación y miedo que se desató en su interior, se podría decir que estaba hasta más asustada que yo. Y las razones no eran para menos: la habitación había pertenecido a una niña, Rose, su hija, que había fallecido hacía unos años de leucemia infantil, justo en la misma cama donde yo había dormido.








Pablo Yannone, 4ºA. 11-11-2017


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