Alejandro Magro (Vaya concurso)



VAYA CONCURSO

Desde pequeñito siempre quise participar en un concurso, siempre. Qué ¿por qué?... nunca me he parado a pensarlo, la verdad, pero siempre fui un infante al que le gustaba llamar la atención. Pero ahora que he crecido lo hago más por las liras, que con la mala época que está pasando mi país a mi familia no le vendrían nada mal…

Y fue justo ese día, si justo, ese día, el día en el que cuando tocaron a la puerta y fui a abrirla podía ver a dos personajes vestidos elegantes con largos uniformes que hablaban entre ellos en un lenguaje más… cómo podría describirlo… era extraño, básicamente, a lo que fui a llamar a mis padres. Estos se sorprendieron de aquella visita pero no hice mucho caso del tema y no me enteré de la conversación. En resumen, me dijeron que íbamos a participar en un gran concurso y que el premio era secreto, lo cual hacia el desafío más interesante. Quise saber en que consistía pero mis padres decidieron mantenerlo en el anonimato y preferían que me lo dijesen allí. Preferí hacer la maleta pero mis padres insistieron en que allí nos darían la ropa a lo que asentí cómodamente, ¡qué demonios, si sólo tengo diez años!. Nos montaron en un tren, yo estaba encantado porque nunca había ido en semejante transporte. Pero lo bueno es que debía ir con los participantes del concurso, me dijo mi madre, ya que había más gente subida a éste. Más de dos horas de trayecto nos dejaron en un recinto enorme. Bajamos del tren y resultaba que había mucha más gente de la que yo me pensaba en incluso niños de mi edad. Ufff! Exclamé, la cosa se va a poner bastante difícil.

Mientras tanto los concursantes, mis padres y yo nos limitábamos a estar ahí preparándonos para el concurso. 

De repente, se oye un silencio sepulcral y se escucha la voz de un hombre enfurecido, pero mi padre me susurra al oído: “no le escuches, que solo nos quiere poner nerviosos para que perdamos el concurso, pero no seas respondón que te conozco…” Al hombre cuyas palabras no las pude distinguir entre sus gritos y su mal dominación del idioma nos dice básicamente que nos pongamos los uniformes y que vayamos cada uno a la aula asignada (según la traducción de mi padre). Todo el mundo asiente porque los nervios corren por sus venas, ¡Ja! Conmigo no funciona, no estoy nervioso, es más, lo ansio. Total, que vamos cada uno a su aula asignada, por suerte me ha tocado con mi padre, pero mi madre se va a otra. Los señores enfurecidos (que cada vez se multiplican) nos asigan cama aunque dado a tanto aforo la gente tiene que compartirlas. Allí conozcí a un niño de mi edad llamado Marco. Al principio me parecía distraído y triste pero luego le anime un poco diciéndole que seguro que ganaría el concurso, a lo que él me preguntó que qué había que hacer, simple: “ Haced caso a los señores pero no dejar que nos pongan nerviosos porque si no podríamos perder”. Noté un cambio de ánimo a Marco, supe que le animé bien.

Al día siguiente nos despiertan y yo careciendo del conocimiento del idioma extraño me lo tuvo que volver a traducir mi padre, me dice: “dicen que recompensarán al que trabaje duramente estos días de pruebas con su propio escenario para participar” y yo exclamé: “ ¿Y pueden poner humo como en los escenarios de música que solíamos ir a ver?” “Por supuesto”.

Así que todos listos para ser recompensados salimos en busca del premio. A Marco y a mi nos tocó trabajar como limpiadores en una sala que olía bastante mal. La limpié lo mejor que pude junto a mi amigo, pero los señores nunca tenían descanso para dejar de gritarnos e intentar ponernos nerviosos.
Era tarde, estábamos cansados, volvimos al aula y encontré a mi padre discutiendo con un señor, parecía bastante cabreado y asustado a la vez y cuando se lo llevaron me dijo : “Así es mejor, el premio lo tienes para ti y tu madre, a mí me han hechado”.

Supe que este era mi momento de gloria.

A la mañana siguiente la gente iba diciendo que era el último día. Quería el premio, quería un escenario con humo como en los conciertos del pueblo, deseaba ganar. Entonces vino por fin el señor, que esta vez había que seguirle hasta la sala donde Marco y yo habíamos estado limpiando. Mientras entrábamos los señores repetían al unísono “ ¡SIEG HEIL, SIEG HEIL!

Y por fin, por fin llegó todos en la sala preparados, se encendieron unas luces y supe que era el momento del premio, y justo en el mejor momento apareció el humo, color verdoso pero me servía, “¡Quiero el premio!”, pero justo noté que me faltaban fuerzas, que algo se apagaba en mi interior, que ya no tenía furor por el concurso, sino que noté que… que todo se apaga, que todo se marcha, que… que todo se acaba.

Alejandro Magro

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