MEMORIAS
DE UN ACCIDENTE
Pipipipi!! Desenrosqué
mi brazo como pude de entre las sábanas de la cama y lo estiré hacia el lado derecho
de ésta, para conseguir apagar ese horripilante sonido que indicaba las 8:00 de
la mañana en el despertador.
Para mí nunca ha sido
fácil madrugar y menos ahora, ya que me levanto sabiendo que no tengo nada que
hacer o al menos nada que verdaderamente sea útil. Ya habían pasado 3 meses
desde mi jubilación y de momento no había sido una etapa fácil en mi vida. Yo
siempre había sido una mujer adelantada a mi época, una mujer que se movía en
un mundo distinto a cualquier madre que vieras recogiendo a sus hijos en la
puerta del colegio, es más, yo pocas veces lo hacía. Salía de casa antes de que
mis hijas se despertasen y volvía mientras cenaban, pero bueno, tampoco me
lamento ya que tuve la oportunidad de trabajar en un mundo que verdaderamente
me llenaba, yo llegué a dirigir grandes boutiques en Serrano y a ganar mucho
dinero. Pero ese no es el tema, porque yo sabía que desde aquel día las cosas
iban a cambiar, me levante de un salto y me dije a mi misma que debía tomarme
esa nueva etapa como si fuera una aventura: viajando, pasando más tiempo con mi
familia, yendo al teatro… en fin haciendo todo aquello que me apeteciese.
Hice la cama en muy
poco tiempo y me bajé a preparar el desayuno a mis nietos, ya que por esas fechas me
encontraba en casa de mi hija la mayor, en un pequeño pueblo a las afueras de
Burgos. Bajaron todos muy deprisa las escaleras y se dirigieron a la cocina,
hacia el olor de aquellas tortitas con caramelo que había preparado para
desayunar. Del resto de aquella mañana la verdad es que no me recuerdo muy
bien, no sé si será por lo monótono de cada día o simplemente porque una ya va
teniendo una edad.
Mis recuerdos empiezan
a reaparecer sobre la hora de la comida donde como siempre nos ha encantado el
momento de los postres, ese momento en el que los niños ya se han ido y tenemos
libertad para hablar de cualquier tema, ese momento en el que entre un café y
un cigarro siempre se cuenta algún chiste verde. Pero el tema de la
conversación de aquel día era mucho más preciso.
Mi hija vive en un
chalet de 3 pisos donde el tercero aun no está terminado. A mí siempre me ha
encantado el mundo de la decoración y a decir verdad y sin pretender tirarme
muchas flores, se me ha dado bastante bien. Tras notar el entusiasmo de mi hija
para enseñarme el tercer piso y aunque no me hacía mucha gracia la idea,
arrastrada de alguna manera por la situación, subimos hasta el segundo piso y
luego por una escalera de mano hasta el tercero.
Asomé la cabeza por el
pequeño hueco del techo desde donde se desprendía la escalera de mano,
observando aquella habitación, sin muchas ganas de entrar, ya que estaba
incomoda con tanta gente en aquel pequeño espacio. El estrés se empezaba a
acumular debido a las prisas de mi yerno a que fuera más rápido, debido a los
chillidos de los niños jugando abajo en el salón y debido al miedo a caerme. Todo
este estrés me envolvió y no conseguí oír o no capte esa frase tan importante
de mi hija la cual fue “Mamá, cuidado no pises ahí que es escayola”.
Yo en cuanto pisé ese
suelo tan fino, tan débil, tan frio, sabía que no había vuelta a tras, sabía
que aunque no me moviera, que aunque intentara volver sobre mis pasos, sería el
propio peso de mi cuerpo el que me traicionaría y así fue. Se empezó a
desquebrajar sobre mis pies aquella fina capa de miedo, de estrés, de
arrepentimiento, la cual sin previo aviso de pronto se rompió y yo comencé a
caer como una pequeña gota de lluvia sin control. Todos esos sentimientos que
tenía antes de caer desaparecieron y solo quedaron aquellas cosas que de verdad
importan: mis hijas, mis nietos, mi madre, mi padre, mi familia, mis amigos.
Inconscientemente, porque sigo creyendo que perdí el conocimiento mucho antes
de tocar el suelo, me agarré como pude a un espejo que había en la escalera, el
cual se me enganchó en el brazo y siguió cayendo junto a mí. Todo el suelo se
encontraba lleno de cristales y yo finalmente me hallaba tumbada en una pequeña
alfombra en el primer piso. Yo podía oír desde alguna parte de mi mente mis
propios gritos de dolor.
Muchos vecinos que
recuerdan aquel día me dicen que pensaban que se había caído una estantería
llena de libros. Yo de aquella tarde, lo poco que recuerdo es a mi madre y a mi
hermana las cuales habían fallecido unos pocos meses antes, diciéndome que aún
no, que aún no era el final, que aún tenía que dar mucha más guerra, que esto
era solo un pequeño bache en la nueva aventura que me tocaba vivir.
Y así fue, luego tocó
un año entero de hospitales, de revisiones continuas, de dolores insoportables,
hasta acabar con una historia, dura pero bastante emocionante, la cual no me ha
quitado nada, simplemente me ha dado aun más fuerzas para aprovechar la vida
hasta el final.
Pipipipi!! Desenrosqué
mi brazo como pude de entre las sábanas de la cama y lo estiré hacia el lado
derecho de ésta, para conseguir apagar ese horripilante sonido que indicaba las
8:00 de la mañana en el despertador.
Hace justo dos años que
mi vida dio un giro aunque al final nada había cambiado y yo seguía dispuesta a
cumplir todos los sueños que me quedaban, así que finalmente cogí mi maleta y me puse en marcha hacia el
aeropuerto.
María Tejada Bartrina, 4ºA de la ESO (Noviembre de 2017)
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