María Tejada Bartrina (Memorias de un accidente)



MEMORIAS DE UN ACCIDENTE

Pipipipi!! Desenrosqué mi brazo como pude de entre las sábanas de la cama y lo estiré hacia el lado derecho de ésta, para conseguir apagar ese horripilante sonido que indicaba las 8:00 de la mañana en el despertador.

Para mí nunca ha sido fácil madrugar y menos ahora, ya que me levanto sabiendo que no tengo nada que hacer o al menos nada que verdaderamente sea útil. Ya habían pasado 3 meses desde mi jubilación y de momento no había sido una etapa fácil en mi vida. Yo siempre había sido una mujer adelantada a mi época, una mujer que se movía en un mundo distinto a cualquier madre que vieras recogiendo a sus hijos en la puerta del colegio, es más, yo pocas veces lo hacía. Salía de casa antes de que mis hijas se despertasen y volvía mientras cenaban, pero bueno, tampoco me lamento ya que tuve la oportunidad de trabajar en un mundo que verdaderamente me llenaba, yo llegué a dirigir grandes boutiques en Serrano y a ganar mucho dinero. Pero ese no es el tema, porque yo sabía que desde aquel día las cosas iban a cambiar, me levante de un salto y me dije a mi misma que debía tomarme esa nueva etapa como si fuera una aventura: viajando, pasando más tiempo con mi familia, yendo al teatro… en fin haciendo todo aquello que me apeteciese.

Hice la cama en muy poco tiempo y me bajé a preparar el desayuno a  mis nietos, ya que por esas fechas me encontraba en casa de mi hija la mayor, en un pequeño pueblo a las afueras de Burgos. Bajaron todos muy deprisa las escaleras y se dirigieron a la cocina, hacia el olor de aquellas tortitas con caramelo que había preparado para desayunar. Del resto de aquella mañana la verdad es que no me recuerdo muy bien, no sé si será por lo monótono de cada día o simplemente porque una ya va teniendo una edad.

Mis recuerdos empiezan a reaparecer sobre la hora de la comida donde como siempre nos ha encantado el momento de los postres, ese momento en el que los niños ya se han ido y tenemos libertad para hablar de cualquier tema, ese momento en el que entre un café y un cigarro siempre se cuenta algún chiste verde. Pero el tema de la conversación de aquel día era mucho más preciso.

Mi hija vive en un chalet de 3 pisos donde el tercero aun no está terminado. A mí siempre me ha encantado el mundo de la decoración y a decir verdad y sin pretender tirarme muchas flores, se me ha dado bastante bien. Tras notar el entusiasmo de mi hija para enseñarme el tercer piso y aunque no me hacía mucha gracia la idea, arrastrada de alguna manera por la situación, subimos hasta el segundo piso y luego por una escalera de mano hasta el tercero.

Asomé la cabeza por el pequeño hueco del techo desde donde se desprendía la escalera de mano, observando aquella habitación, sin muchas ganas de entrar, ya que estaba incomoda con tanta gente en aquel pequeño espacio. El estrés se empezaba a acumular debido a las prisas de mi yerno a que fuera más rápido, debido a los chillidos de los niños jugando abajo en el salón y debido al miedo a caerme. Todo este estrés me envolvió y no conseguí oír o no capte esa frase tan importante de mi hija la cual fue “Mamá, cuidado no pises ahí que es escayola”.

Yo en cuanto pisé ese suelo tan fino, tan débil, tan frio, sabía que no había vuelta a tras, sabía que aunque no me moviera, que aunque intentara volver sobre mis pasos, sería el propio peso de mi cuerpo el que me traicionaría y así fue. Se empezó a desquebrajar sobre mis pies aquella fina capa de miedo, de estrés, de arrepentimiento, la cual sin previo aviso de pronto se rompió y yo comencé a caer como una pequeña gota de lluvia sin control. Todos esos sentimientos que tenía antes de caer desaparecieron y solo quedaron aquellas cosas que de verdad importan: mis hijas, mis nietos, mi madre, mi padre, mi familia, mis amigos. Inconscientemente, porque sigo creyendo que perdí el conocimiento mucho antes de tocar el suelo, me agarré como pude a un espejo que había en la escalera, el cual se me enganchó en el brazo y siguió cayendo junto a mí. Todo el suelo se encontraba lleno de cristales y yo finalmente me hallaba tumbada en una pequeña alfombra en el primer piso. Yo podía oír desde alguna parte de mi mente mis propios gritos de dolor.

Muchos vecinos que recuerdan aquel día me dicen que pensaban que se había caído una estantería llena de libros. Yo de aquella tarde, lo poco que recuerdo es a mi madre y a mi hermana las cuales habían fallecido unos pocos meses antes, diciéndome que aún no, que aún no era el final, que aún tenía que dar mucha más guerra, que esto era solo un pequeño bache en la nueva aventura que me tocaba vivir.

Y así fue, luego tocó un año entero de hospitales, de revisiones continuas, de dolores insoportables, hasta acabar con una historia, dura pero bastante emocionante, la cual no me ha quitado nada, simplemente me ha dado aun más fuerzas para aprovechar la vida hasta el final.

Pipipipi!! Desenrosqué mi brazo como pude de entre las sábanas de la cama y lo estiré hacia el lado derecho de ésta, para conseguir apagar ese horripilante sonido que indicaba las 8:00 de la mañana en el despertador.

Hace justo dos años que mi vida dio un giro aunque al final nada había cambiado y yo seguía dispuesta a cumplir todos los sueños que me quedaban, así que finalmente cogí mi  maleta y me puse en marcha hacia el aeropuerto.

María Tejada Bartrina, 4ºA de la ESO (Noviembre de 2017)



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