María Fernández-Bravo Arsuaga (Dos hermanos)



DOS HERMANOS

Permanecieron callados mientras terminaban la cena. La gran mansión familiar en la que habían vivido desde pequeños parecía ahora más solitaria que nunca. La atmósfera era pesada y sólo el sonido de la lluvia sobre los amplios ventanales en aquel enorme comedor rompía el incómodo silencio.

Los dos hermanos acababan de enterrar a su anciana madre, viuda desde hacía años cuando su padre murió tras una larga enfermedad. Sin apenas intercambiar palabra, recogieron los platos y se fueron a acostar. Recorrieron en penumbra el interminable pasillo que conducía a las habitaciones y se despidieron con un simple gesto. Mañana tenían que madrugar, el notario esperaba a primera hora para abrir el testamento de sus padres.

Al mayor de los hermanos le costó conciliar el sueño. Necesitó volver a convencerse de que había hecho lo correcto. Porque quería a su hermano. Quizá no tanto como se supone que se debe querer a un hermano, pero le quería.

Había llegado a asumir que, pese a ser el primogénito, él nunca fue el hijo preferido. Incluso había aceptado que sus padres ayudaran económicamente a su hermano en sus intentos de montar los más disparatados negocios. Pero su absurda idea de invertir su parte de la herencia en la ampliación de la tienda de animales exóticos que había abierto hacía unos meses era demasiado. No podía permitir que malgastara así el patrimonio familiar. Un patrimonio que sus padres habían conseguido construir, con esfuerzo y sacrificio, a lo largo de sus vidas.

Estuvo a punto de levantarse y acercarse al dormitorio de su hermano. Aunque sabía que el veneno que había utilizado no tardaría en hacer efecto, la posibilidad de que estuviese aun agonizando le hizo quitarse esa idea de la cabeza. Prefirió volver a repasar mentalmente el plan que había preparado para la mañana siguiente. No le sería difícil convencer a la policía de que su hermano se había suicidado al no poder superar la muerte de su madre, a la que siempre había estado tan unido. Finalmente le venció el sueño, un sueño profundo del que parecía no iba a despertar nunca.  

El notario se extrañó cuando los hermanos no aparecieron a la mañana siguiente a la hora a la que estaban citados. Cuando tampoco consiguió contactar con ellos por teléfono comenzó a preocuparse. La llamada a la policía fue su última opción para localizarlos ante la ausencia de noticias.
Cuando la pareja de inspectores llegó a la mansión todo parecía en orden. Llamaron insistentemente a la puerta pero, ante la falta de respuesta, decidieron forzar la entrada. El panorama que se encontraron fue desolador.

El menor de los hermanos yacía en su cama con los labios amoratados y claros síntomas de haber muerto envenenado. La carta de despedida que se encontró en su mesilla parecía confirmar que se trataba de un suicidio.

El hermano mayor también estaba muerto, sin aparentes signos de violencia y a primera vista parecía un ataque al corazón. Pero después de practicarle la autopsia pudo determinarse la verdadera causa de su muerte. Un fallo en varios órganos producido por la picadura de una extraña especie de araña tropical. Una especie que sólo podía encontrarse en algunas tiendas especializadas de animales exóticos…

María Fernández-Bravo Arsuaga 1ºB 
11/2017

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