DOS HERMANOS
Permanecieron callados mientras terminaban la cena. La
gran mansión familiar en la que habían vivido desde pequeños parecía ahora más
solitaria que nunca. La atmósfera era pesada y sólo el sonido de la lluvia
sobre los amplios ventanales en aquel enorme comedor rompía el incómodo
silencio.
Los dos hermanos acababan de enterrar a su anciana madre,
viuda desde hacía años cuando su padre murió tras una larga enfermedad. Sin
apenas intercambiar palabra, recogieron los platos y se fueron a acostar. Recorrieron
en penumbra el interminable pasillo que conducía a las habitaciones y se
despidieron con un simple gesto. Mañana tenían que madrugar, el notario
esperaba a primera hora para abrir el testamento de sus padres.
Al mayor de los hermanos le costó conciliar el sueño. Necesitó
volver a convencerse de que había hecho lo correcto. Porque quería a su
hermano. Quizá no tanto como se supone que se debe querer a un hermano, pero le
quería.
Había llegado a asumir que, pese a ser el primogénito, él
nunca fue el hijo preferido. Incluso había aceptado que sus padres ayudaran económicamente
a su hermano en sus intentos de montar los más disparatados negocios. Pero su
absurda idea de invertir su parte de la herencia en la ampliación de la tienda
de animales exóticos que había abierto hacía unos meses era demasiado. No podía
permitir que malgastara así el patrimonio familiar. Un patrimonio que sus
padres habían conseguido construir, con esfuerzo y sacrificio, a lo largo de sus
vidas.
Estuvo a punto de levantarse y acercarse al dormitorio de
su hermano. Aunque sabía que el veneno que había utilizado no tardaría en hacer
efecto, la posibilidad de que estuviese aun agonizando le hizo quitarse esa
idea de la cabeza. Prefirió volver a repasar mentalmente el plan que había
preparado para la mañana siguiente. No le sería difícil convencer a la policía
de que su hermano se había suicidado al no poder superar la muerte de su madre,
a la que siempre había estado tan unido. Finalmente le venció el sueño, un
sueño profundo del que parecía no iba a despertar nunca.
El notario se extrañó cuando los hermanos no aparecieron a
la mañana siguiente a la hora a la que estaban citados. Cuando tampoco
consiguió contactar con ellos por teléfono comenzó a preocuparse. La llamada a
la policía fue su última opción para localizarlos ante la ausencia de noticias.
Cuando la pareja de inspectores llegó a la mansión todo
parecía en orden. Llamaron insistentemente a la puerta pero, ante la falta de
respuesta, decidieron forzar la entrada. El panorama que se encontraron fue
desolador.
El menor de los hermanos yacía en su cama con los labios
amoratados y claros síntomas de haber muerto envenenado. La carta de despedida
que se encontró en su mesilla parecía confirmar que se trataba de un suicidio.
El hermano mayor también estaba muerto, sin aparentes
signos de violencia y a primera vista parecía un ataque al corazón. Pero después
de practicarle la autopsia pudo determinarse la verdadera causa de su muerte.
Un fallo en varios órganos producido por la picadura de una extraña especie de
araña tropical. Una especie que sólo podía encontrarse en algunas tiendas
especializadas de animales exóticos…
María Fernández-Bravo Arsuaga 1ºB
11/2017
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