EL
NIÑO TORERO
Una
bonita mañana de no hace mucho tiempo nací yo, un bello bebé a quien pusieron
por nombre Jorge. Tenía el pelo moreno y unos ojos negros como el azabache. Mi
madre, llamada María, estaba súper contenta y mi padre, llamado Julián, también
lo estaba. Cuando ya pasaron unos años,
a mi me gustaba mucho el fútbol, jugaba en el equipo del barrio. Tenía una
abuela a la que le gustaban mucho los toros, era una apasionada. Ya con una
edad considerable, mis padres y yo fuimos a la plaza de toros de Las Ventas a
ver una corrida de rejones es decir, ver toreo a caballo. Me encantó y fui
súper contento a contárselo a mi abuela. Yo la quería un montón y un día
falleció. Me puse muy triste ya que era única y era de las pocas personas que
me podía enseñar algo, por no decir mucho, sobre los toros.
Con
14 años fui bastantes veces a plazas de toros de diferentes sitios de la ciudad
de Madrid. En este momento me interesé mucho por el mundo de la tauromaquia y
del toro. Me gustaba cada vez más y más hasta que un día me planteé el ser
torero y apuntarme a una escuela taurina. Así lo hice y entrené muy duro para poder
llegar a plazas número uno.
Cuando
cumplí los 17 años debuté en varios pueblos como novillero sin picadores
saliendo por varias puertas grandes, recompensas por mi gran esfuerzo.
Un
año después de cumplir la mayoría de edad pasé a ser novillero con picadores,
di un paso más. Seguía mejorando las técnicas y en esta época pase por grandes
plazas como la de Zaragoza, Sevilla pero el día de torear en Las Ventas no
llegaba y cada vez tenía más ganas de que llegase.
San
Isidro de 2025, cartel estrella de toreros en el que aparecían anunciados los
dos mejores toreros del momento y yo, que tomaba la alternativa. Menuda emoción
sentí cuando me lo comentaron mis apoderados. Día de la corrida, llego en la
furgoneta con el vestido de luces preferido de mi abuela, el plata y blanco.
Entro en la capilla, miro al Cristo, veo imágenes dejadas por los toreros de la
época, me acuerdo de mi queridísima abuela y siento como una lágrima me cae por
la mejilla derecha y me la seco, levanto firme la cabeza y salgo al patio de cuadrillas
donde allí me coloco el capote de paseo diseñado también por mi abuela. Siete
de la tarde salen los alguacilillos, saludan al presidente y vienen al paso con
sus caballos y se abre la puerta de cuadrillas. Alzo la cabeza y veo una plaza
llena de gente. Sale el primer torero, me toca salir a mí, lo hago con paso
firme y sale el tercero. Ya colocados trazo la cruz en el albero, me desmontero
y deseo suerte a los dos que me acompañan. Caminamos, saludamos al presidente y
me toca el toro que abre la plaza.
Se
abre la puerta de toriles y sale una bestia de 574 kg. Salgo al ruedo con el
capote y empiezo a torear llevando al toro a los medios, termino los quites con
una revolera. Primera ovación de la tarde, me vengo arriba. Tras el tercio de
varas y de banderillas cojo la muleta. Pido permiso al presidente y brindo el
toro a mis mejores amigos que me habían apoyado durante este largo tiempo.
De
rodillas empiezo con la muleta y sigo con unos buenos muletazos con la derecha.
Al natural, con la mano izquierda, otras dos buenas tandas. Voy a por la espada
última tanda y la última ovación. Cuadro al toro y tras una gran estocada me
siento encima del toro y a su vez siento como su pitón entra en mi muslo. Tras
una fea voltereta caigo al suelo y el toro a los diez segundos cae muerto. Toda
la plaza llena de pañuelos y el presidente concediendo las dos orejas
suficientes para abrir la puerta grande de esta plaza fue de lo último de lo
que me acuerdo. Me llevaron a la enfermería y ahí estaban, el grupo de amigos
alegres pero con una tristeza interior muy grande ya que sabían que lo que me
había pasado era algo grave y con difícil solución. La última frase que escuché
fue el te quiero de mis amigos y de mis padres.
Tras
esta gran faena al toro quedaría como triunfador de San Isidro 2025 y como una
gran figura del toreo.
Ignacio
Porqueras Lozano nº23 4ºE 13/11/17
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