Son las 3 de la mañana
de una fría madrugada de invierno. Había ido a la fiesta de mi amigo Juan, pero
no recuerdo muy bien lo que pasó allí. Mis recuerdos se pierden en una niebla
de risas, alcohol y humo; sobre todo, mucho humo.
Ahora toca volver a mi
casa, pero como es muy tarde, no puedo coger un autobús; tardaría demasiado.
Tampoco tengo dinero para un taxi, así que iré andando. Noto una sensación
extraña en mi garganta, un picor muy intenso que me hace toser muy fuerte, y
agrava cada minuto que pasa. “Caminar te despeja la cabeza, no te pasará nada”-
pensé-, pero cada paso que doy noto que me flaquean las fuerzas.
Sigo andando sin
fuerzas ni ganas de seguir hasta que vagamente veo un banco. Me senté un rato a
descansar. Me dolía mucho la cabeza y tenía ganas de vomitar. Me sentía
horriblemente mal. Incluso hay un momento en el cual pienso en llamar al 112,
pero eso sólo agravaría las cosas, así que decido levantarme y seguir andando
hacia mi casa.
Camino durante un rato
hasta que llego a una zona con tiendas. Paso al lado de algunos escaparates y
miro sin mucho interés algunas prendas de ropa que allí se exhibían; pero de
pronto veo uno con un elemento bastante peculiar, se trata de un espejo. Al ver
mi imagen en ese espejo sentí una combinación de emociones en la cual no había
ninguna positiva.
Miedo, horror,
angustia, vergüenza…, son algunas de las cosas que siento al ver mi cara
reflejada en aquel espejo. Tenía los ojos rojos, como dos mares de sangre
dignos de las peores batallas que se recuerdan; al contrario que mi piel,
descolorida, como si hubiese visto a un fantasma o me hubiese convertido en uno
de estos.
Estaba nervioso, no
sabía qué hacer; miro el reloj y veo que son las 4:20. Había perdido la noción
del tiempo. Desesperado, corro hacia mi casa sacando fuerzas de flaqueza. No
importaba cómo, ni qué camino seguir. Sólo quiero llegar a mi casa y olvidar ya
esta maldita noche. Pero voy tan angustiado y soy tan poco consciente de la
realidad que me rodeaba que, sin saberlo, cometo un error fatal.
En un momento de
angustia, intento cruzar la calzada por un sitio en el que no había ni un paso
de cebra ni ningún otro tipo de señalización. Todo pasa muy rápido, recuerdo
ver unos faros que me deslumbran. Intento retroceder, pero la poca capacidad de
reacción que tenía en ese momento me juega una mala pasada.
Toda mi vida pasa por
delante: mis padres, mis hermanos y mis amigos, mis hijos que no existirán, los
buenos momentos que he vivido y los que no viviré. Entonces llega el único mal
recuerdo de esta lista y mi mayor fallo de aquella noche. Vi una imagen de mí
con una densa nube de humo alrededor y un porro de marihuana en la mano. No
supe ver el peligro que conllevaba mi acción, tampoco tuve asertividad
suficiente para decir que no y, lo peor de todo, no pude llorar por mi fallo ya
que, en ese mismo instante, siento un fuerte impacto, cristales rotos en mi
cabeza. Esto fue lo último que sentí.
Agustín
Torralba, 4ºF, 23
Comentarios
Publicar un comentario