Pablo Prieto (Más allá de tus ojos)



MÁS ALLÁ DE TUS OJOS


No sonaba nada en la habitación, solo la respiración de aquel hombre anciano que yacía en la cama. Era un hombre con la piel arrugada y el cabello blanco como la nieve y fino como la arena de aquellas playas caribeñas que había visitado en su juventud hacía ya muchos años.

De repente, el sonido de la puerta al abrirse rompió el sepulcral silencio de la sala. Se trataba de una mujer de una edad cercana a los treinta o cuarenta años, de piel del color de la caoba y ojos de eucalipto. Era una mujer bastante bella, a pesar de su expresión cansada como si no hubiera dormido en mucho tiempo.

-¿Quién es? Preguntó el hombre con un hilo de voz gutural.
Sofía, respondió la mujer con un tono tierno lleno de cariño.

Sus miradas se cruzaron por solo un instante. Los ojos del anciano se iluminaron .El silencio se alargó unos instantes, hasta que aquel hombre que yacía débil acostado en su lecho pronunció unas palabras que ensombrecieron y llenaron de amargura los ojos de Sofía, pero al mismo tiempo le produjeron una tenue y sincera sonrisa.

-¿Recuerdas como nos conocimos? Dijo el hombre con voz ronca.
Ella comenzó a recordar el momento exacto en el que se habían visto por primera vez.
En el pasado, Sofía había ejercido de ramera, y debido a su belleza, era muy codiciada por los hombres del barrio, los cuales jugaban con ella degradándola hasta convertirla en un vulgar objeto, un juguete que se puede comprar, romper y tirar.

Por todo esto, Sofía había caído en una profunda depresión. Vivía sumida en una espiral de lágrimas, alcohol y desesperación. Solo encontraba sosiego, una paz momentánea en el culo de una botella. Sus ojos inyectados en sangre por los efectos de las drogas habían eclipsado su color verde intenso natural. Incluso había intentado suicidarse, estaba sumida en un abismo que se hacía cada vez más profundo y oscuro
.
Pero aquella mañana de domingo conoció a un hombre diferente a la salida de un bar. Era un hombre de unos 45 años. Iba con un traje sobrio. Tenía una mirada cansada, probablemente debido al estrés de su trabajo. Se llamaba Raúl. El cual, la convenció de que dejase su adicción al alcohol y que volviera a estudiar. Ese hombre la miraba de una forma diferente, con unos ojos sin deseo carnal, con el más puro amor desinteresado.

Esos ojos iluminados que la miraban en aquella habitación de hospital.
Ella asintió con la cabeza, y acto seguido dijo: Supiste apreciar en mí una belleza que ni siquiera yo podía apreciar. El anciano contestó: “La realidad es una ficción generalmente aceptada querida Sofía,  todos tenemos belleza, aunque a veces, en los momentos oscuros nos cueste verla si no sabemos usar bien la luz. Yo aquel día tuve el valor de ver esa belleza más allá de tus ojos.

El anciano esbozó una sonrisa mirando a aquellos ojos en los que había encontrado la más pura belleza. Sus miradas volvieron a entrelazarse y sus ojos se apagaron exhalando su último aliento de vida.

El corazón de Sofía murió por un instante, pero recordó que Raúl le había dicho que la felicidad podía encontrarse hasta en la más absoluta tristeza, con esta reconfortante idea, la joven besó la frente arrugada del anciano, dejó caer una lágrima amarga y se marchó.




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