MÁS
ALLÁ DE TUS OJOS
No sonaba nada en la
habitación, solo la respiración de aquel hombre anciano que yacía en la cama.
Era un hombre con la piel arrugada y el cabello blanco como la nieve y fino
como la arena de aquellas playas caribeñas que había visitado en su juventud
hacía ya muchos años.
De repente, el sonido
de la puerta al abrirse rompió el sepulcral silencio de la sala. Se trataba de
una mujer de una edad cercana a los treinta o cuarenta años, de piel del color
de la caoba y ojos de eucalipto. Era una mujer bastante bella, a pesar de su
expresión cansada como si no hubiera dormido en mucho tiempo.
-¿Quién es? Preguntó el
hombre con un hilo de voz gutural.
Sofía, respondió la
mujer con un tono tierno lleno de cariño.
Sus miradas se cruzaron
por solo un instante. Los ojos del anciano se iluminaron .El silencio se alargó
unos instantes, hasta que aquel hombre que yacía débil acostado en su lecho
pronunció unas palabras que ensombrecieron y llenaron de amargura los ojos de
Sofía, pero al mismo tiempo le produjeron una tenue y sincera sonrisa.
-¿Recuerdas como nos
conocimos? Dijo el hombre con voz ronca.
Ella comenzó a recordar
el momento exacto en el que se habían visto por primera vez.
En el pasado, Sofía
había ejercido de ramera, y debido a su belleza, era muy codiciada por los
hombres del barrio, los cuales jugaban con ella degradándola hasta convertirla
en un vulgar objeto, un juguete que se puede comprar, romper y tirar.
Por todo esto, Sofía
había caído en una profunda depresión. Vivía sumida en una espiral de lágrimas,
alcohol y desesperación. Solo encontraba sosiego, una paz momentánea en el culo
de una botella. Sus ojos inyectados en sangre por los efectos de las drogas
habían eclipsado su color verde intenso natural. Incluso había intentado
suicidarse, estaba sumida en un abismo que se hacía cada vez más profundo y
oscuro
.
Pero aquella mañana de
domingo conoció a un hombre diferente a la salida de un bar. Era un hombre de
unos 45 años. Iba con un traje sobrio. Tenía una mirada cansada, probablemente
debido al estrés de su trabajo. Se llamaba Raúl. El cual, la convenció de que
dejase su adicción al alcohol y que volviera a estudiar. Ese hombre la miraba
de una forma diferente, con unos ojos sin deseo carnal, con el más puro amor
desinteresado.
Esos ojos iluminados
que la miraban en aquella habitación de hospital.
Ella asintió con la
cabeza, y acto seguido dijo: Supiste apreciar en mí una belleza que ni siquiera
yo podía apreciar. El anciano contestó: “La realidad es una ficción generalmente
aceptada querida Sofía, todos tenemos
belleza, aunque a veces, en los momentos oscuros nos cueste verla si no sabemos
usar bien la luz. Yo aquel día tuve el valor de ver esa belleza más allá de tus
ojos.
El anciano esbozó una
sonrisa mirando a aquellos ojos en los que había encontrado la más pura
belleza. Sus miradas volvieron a entrelazarse y sus ojos se apagaron exhalando
su último aliento de vida.
El corazón de Sofía
murió por un instante, pero recordó que Raúl le había dicho que la felicidad
podía encontrarse hasta en la más absoluta tristeza, con esta reconfortante
idea, la joven besó la frente arrugada del anciano, dejó caer una lágrima
amarga y se marchó.
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