Lucas Zarraluqui (Recuerdos que olvidar)



RECUERDOS QUE OLVIDAR

Mi clarividencia resulta hasta denigrante para las personas que  forman ese pequeño círculo social que me rodea, pero, cómo expresar la culpabilidad que siente uno al no tener los remedios necesarios para paliar el problema que obstruye cualquier amago de tránsito de idea alguna por mi cabeza…

La sencillez de la respuesta no justifica la complejidad de esta pregunta, ya que no existe respuesta alguna. Perdí la capacidad de convencer a la gente, y no solo a la gente, sino a las personas que más he  querido y que sigo queriendo, aunque no se lo crean.

Todos los días del año sin falta durante los últimos quince años, Paula, mi madre, entraba por la puerta de mi  habitación a las seis y cuarenta y tres de la mañana, colocaba un vaso de cristal fino lleno de agua hasta la mitad con dos cubitos de hielo pequeños. Seguidamente, sacaba del bolsillo derecho de su bata de algodón egipcio un reloj de arena bañado en oro con unos toques del jade mas amazónico jamás visto, tanto en la parte superior como en la inferior, miraba su reloj de muñeca, y a las seis y cuarenta y cinco agarraba el reloj de arena y le daba la  vuelta.

Cuanto vacío, cuanta poca esperanza se podía expresar  en un solo  movimiento rutinario, cada mañana que la veía realizar estas tareas y oía sus pasos alejándose de mi cuarto se podía oír el eco que creaba el dolor guardado dentro del corazón de mi madre.

Mi soledad es inexplicable, hasta un naufrago se reiría al ver mis amistades, ya que tras lo sucedido, la amistad se ha convertido en obligación, la amistad se ha convertido en un gran sentimiento de lástima hacia mi persona, la amistad se ha convertido en el intento de solventar  una deuda imposible de pagar, y el numero de amistades se puede contar con un puño cerrado.

¿Para qué aguantar más? No quiero ver sufrir a mis seres queridos ni alejarse a los que lo fueron. Ya que no puedo hacer nada al respecto, de una manera totalmente involuntaria me empiezo a debilitar, y sucede. Se apagan las últimas luces del hostal, se secan las últimas gotas de este charco, se tropieza la última persona que estaba ayudando a levantarme. Y caigo.

Es un vacío oscuro en el que cada poco tiempo, toco suelo y lo rompo de manera prolongada y hasta infinita, quien sabe, pero me siento bien. Por primera vez en la vida me siento bien. Ahora sé que en una historia puede haber muchas comas, incluso puntos y aparte, pero realmente no acaba hasta el punto y final.
Y ésta ha acabado.

Lucas Zarraluqui García
1ªESO-B
Mayo de 2017

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