RECUERDOS QUE OLVIDAR
Mi clarividencia
resulta hasta denigrante para las personas que
forman ese pequeño círculo social que me rodea, pero, cómo expresar la
culpabilidad que siente uno al no tener los remedios necesarios para paliar el
problema que obstruye cualquier amago de tránsito de idea alguna por mi cabeza…
La sencillez de la
respuesta no justifica la complejidad de esta pregunta, ya que no existe
respuesta alguna. Perdí la capacidad de convencer a la gente, y no solo a la
gente, sino a las personas que más he
querido y que sigo queriendo, aunque no se lo crean.
Todos los días del año
sin falta durante los últimos quince años, Paula, mi madre, entraba por la
puerta de mi habitación a las seis y
cuarenta y tres de la mañana, colocaba un vaso de cristal fino lleno de agua
hasta la mitad con dos cubitos de hielo pequeños. Seguidamente, sacaba del bolsillo
derecho de su bata de algodón egipcio un reloj de arena bañado en oro con unos
toques del jade mas amazónico jamás visto, tanto en la parte superior como en
la inferior, miraba su reloj de muñeca, y a las seis y cuarenta y cinco
agarraba el reloj de arena y le daba la
vuelta.
Cuanto vacío, cuanta
poca esperanza se podía expresar en un
solo movimiento rutinario, cada mañana
que la veía realizar estas tareas y oía sus pasos alejándose de mi cuarto se
podía oír el eco que creaba el dolor guardado dentro del corazón de mi madre.
Mi soledad es
inexplicable, hasta un naufrago se reiría al ver mis amistades, ya que tras lo
sucedido, la amistad se ha convertido en obligación, la amistad se ha
convertido en un gran sentimiento de lástima hacia mi persona, la amistad se ha
convertido en el intento de solventar
una deuda imposible de pagar, y el numero de amistades se puede contar
con un puño cerrado.
¿Para qué aguantar más?
No quiero ver sufrir a mis seres queridos ni alejarse a los que lo fueron. Ya
que no puedo hacer nada al respecto, de una manera totalmente involuntaria me
empiezo a debilitar, y sucede. Se apagan las últimas luces del hostal, se secan
las últimas gotas de este charco, se tropieza la última persona que estaba
ayudando a levantarme. Y caigo.
Es un vacío oscuro en
el que cada poco tiempo, toco suelo y lo rompo de manera prolongada y hasta
infinita, quien sabe, pero me siento bien. Por primera vez en la vida me siento
bien. Ahora sé que en una historia puede haber muchas comas, incluso puntos y
aparte, pero realmente no acaba hasta el punto y final.
Y ésta ha acabado.
Lucas Zarraluqui García
1ªESO-B
Mayo de 2017
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