NOCHE
DE TERROR
Era un día un poco
raro, de esos que te levantas y no sabes que hacer, de esos en los cuales estás
todo el día tumbado en el sofá sin saber que poner en la tele.
Así me pasé la mañana
hasta la hora de comer, hasta que llegó mi padre del trabajo. Mi padre es el
típico hombre amante de las aventuras y la naturaleza, y cómo no, me propuso ir
a los caminos perdidos por el bosque que tanto le gustaban a pasar el rato.
Accedí a regañadientes,
ya que sabía que a mi padre le hacía ilusión y yo no tenía ningún plan esa
tarde. Nos preparamos, cogí mi mochila, metí agua… y salimos hacia la aventura.
Cuando llegamos al
bosque empezó a nublarse y oscurecerse el cielo. Le dije a mi padre si dábamos
la vuelta, ya que parecía que iba a diluviar. Él, con su espíritu aventurero,
me la típica frase de hombre duro, “acaso la lluvia hace daño” me dijo con tono
burlesco.
Caminamos durante horas
viendo el paisaje y empezó lo que me temía. Cántaros de agua empezaron a caer
del cielo, intentamos buscar un refugio hasta que parara de llover, pero no lo
encontramos. Entonces mi padre me dijo – quédate aquí, voy a buscar refugio-.
En ese momento mi padre desapareció entre la espesura de los árboles. Esperé
durante horas, o tal vez no ya que el tiempo parecía pasar muy lento.
Al final me dije a mi
mismo, - o me muevo o me va a entrar una pulmonía -. Empecé a andar gritando el
nombre de mi padre, hasta que divisé una cabaña. No era nada grande, más bien
muy pequeña, del tamaño más o menos de un salón.
Entré en la cabaña sin
dudarlo. Al entrar un olor a cerrado entró por mi nariz. La cabaña estaba
completamente llena de moho. Me senté y eché un vistazo de reconocimiento a la
cabaña. ¡No había nada! Solo cuatro cuadros colocados en cada una de las
paredes, un cuadro por pared. Los cuadros eran retratos de personas, personas
con los ojos inyectados en sangre y de muy mal rollo. Eran de esos cuadros que
parece que cuando te mueves te miran. Intenté dormirme, pero me sentía
observado, observado por aquellos cuatro personajes que no dejaban de mirarme.
Al final concilié el sueño.
A la mañana siguiente
desperté. Soy de esas personas que se levantan con mal humor a pesar de que no
haya nadie ni nada alrededor que les moleste. Me dispuse a coger mis cosas y a
buscar a mi padre cuando me di cuenta de algo horripilante. Alcé la mirada y lo
confirmé, los cuadros de anoche no eran cuadros, eran ventanas. Desde esa noche
no he vuelto a dormir tranquilo y desde ese día no hemos vuelto a ver a mi
padre.
Enrique Robles
Comentarios
Publicar un comentario