Todo está patas arriba.
Todo es inusual en este día del mes de julio en mi casa de Madrid. Mi madre va
de un sitio a otro de la casa con una velocidad vertiginosa y susurrando para
sí misma entre soniditos inaudibles.
Mi padre deambula por
el pasillo con cara de sorpresa e incredulidad ante las cosas que se le van
presentando por el pasillo de forma inesperada y ante las instrucciones y
mensajes que le facilita mi madre.
Mi hermana está
relajada tranquilamente en el sofá, como siempre, con el móvil en la mano
enviando “mensajitos” y con una gran sonrisa de satisfacción en su cara. Es
como si estuviera en una continua transformación esperando algo inesperado.
Y yo…, yo me encuentro observando
esta curiosa escena, que se repite año tras año en estos primeros días del mes
de julio.
Sí, empieza nuestro
viaje hacia algún sitio de nuestras “ansiadas” vacaciones de verano.
Una pereza machacona
invade mi cuerpo y mi mente, intentando alejarme de estos primeros momentos de
desesperada improvisación. Selección y elección de mis necesarios elementos
extraordinarios y necesarios que me debo llevar para pasar unos días de
“relajada” fuga de lo cotidiano.
¿Pero cómo escapar de
estos primeros momentos de caos y desorganización?
Menos mal que siempre
tenemos a mamá… si no fuera por ella jamás nos podríamos marchar.
Mi padre, solo
refunfuña por el pasillo: “No llegamos, no llegamos…” con un sudor de verdadera
preocupación en su rostro.
Mi madre…, mi madre es
un verdadero lujo. Es como su tuviera una pequeña computadora en su organizado
cerebro y supiera qué hacer y qué elegir en cada momento con milimétrica
precisión.
Este año, la selección de
lo que nos debemos llevar, debe ser más rigurosa, pues viajamos a un punto
lejano del Caribe…, donde pretendemos desconectar de todo lo que dejamos atrás
después de este largo año.
¡Es inevitable! La
máxima preocupación mía y de mi hermana en estos momentos es saber si en el
hotel podremos conectarnos correctamente con la wifi y de qué forma afectará el
rooming en nuestras relaciones cotidianas con nuestro entorno red.
¡Por fin estamos en
algo de acuerdo!
Un toque de atención de
papá nos avisa: “Sólo quedan 15 minutos para que llegue el Taxi”
Se va refunfuñando por
el pasillo y diciendo “perdemos el avión…, perdemos el avión”.
Mi madre vuelve a poner
orden: “Vamos, cerrando cada uno sus maletas”, “Nos vamos”
Ya todo es inevitable,
no hay marcha atrás. Estamos perfectamente alineados en el pasillo, cada uno
delante de sus maletas y de sus elementos de mano, dispuestos a salir pitando
por la puerta de nuestra casa.
Viajecitos, rápidos y
fugaces de cada una a sus habitación en una desesperada comprobación de que no
nos hemos dejado nada imprescindible.
El clamor del sonido
del Portero Automático, nos hace despertar de estos últimos momentos de
reflexión.
“Ya está aquí el Taxi”
Grita mi padre.
Bajamos rápidamente y
ya la suerte está echada. No hay vuelta atrás; ¿o sí?
¿Has cogido los
pasaportes?, dice mi madre, y la cara de mi padre se vuelve roja y sudorosa…
Por fin…, ya está todo
en orden. Camino del aeropuerto, no hay vuelta atrás.
Dejamos un largo
invierno, de trabajo, lucha y preocupaciones y nos disponemos a viajar hacia
algo inesperado y siempre divertido.
Sí, el principio es algo
caótico…, pero no cambiaría estos días de vacaciones en familia por nada del
mundo.
A mi vuelta os cuento…
Carlos Colín Ponce
1ºB
Bach, escrito a día 12 de febrero de 2017
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