Ángela Montejano (Otro tipo de suerte)




OTRO TIPO DE SUERTE

Un momento, vamos a reflexionar sobre…  sobre…  ¿sobre qué era? Bueno no importa, sólo sé que ahora estoy muy relajada y contenta; ¿contenta por qué? Bueno, tampoco importa.

Ya he dejado de temblar. Ahora estoy segura.

La verdad que durante toda mi vida he sido muy feliz.

Ahora ya descanso en paz.

¿Por qué he sido feliz? Ah sí, igual lo entendéis como que nunca me ha faltado de nada ya que  fui de las primeras mujeres en licenciarse en la universidad. Allí, los grandes literarios de la época fueron quienes me educaron y condujeron mi vida a lo que es ahora, o bueno, a lo que  era antes. Me casé con el hombre que aparecía en los grandes cines de Callao y pude formar una familia de concretamente 6 miembros, sin incluir el perro. Disfruté de mi infancia, de la de mis hijos y de la de mis nietos. Ahora disfruto igual de las de las siguientes generaciones  pero desde una perspectiva distinta. En su día viajé. Me recorrí el mundo empezando por  la gran Plaza Roja dónde fue enterrado Vladímir Ilich Uliánov (también conocido como Lenin) y finalmente acabé recorriendo las grandes sierras de mi país, mi patria querida: la plaza de toros Monumental las Ventas por la mañana y el tapeo de noche por Madrid, recorrerse Andalucía en un día: La Alhambra al amanecer y antes de que caiga el sol haber llegado a La Giralda… los veranos no tan calurosos en Santander y por último,  los días turísticos por Toledo. También amé, aunque a veces no fue recíproco; otras, en cambio, sí. Mi familia significó todo para mí y mis abuelos nunca quedaron en el olvido entre nosotros. Éramos una piña. Me sentí realizada, mi trabajo me llenaba día sí y día también; acabas aprendiendo tú más de los niños que ellos de ti y os aseguro que es una de las cosas más satisfactorias del planeta. Ayudé y tuve las ganas necesarias para recorrerme el mundo en busca de una respuesta de los demás ante los más necesitados. Digo las ganas porque son las que nunca me han faltado. Ni para seguirle; ¿ahora ya me pilláis?

Ya me acuerdo sobre qué os venía a reflexionar hoy… Os quería hablar de otro tipo de felicidad, la cual yo considero una suerte. Una suerte que está entre nosotros y siempre cediéndonos una mano, aunque no todas las veces podamos sentirlo; que nos quiere y nos protege, a todos, a pesar de que algunos le rechacen. Un regalo totalmente distinto a los demás. Un don que me hubiese encantado que todo el mundo tuviese, pero igual ya estaba escrito quién iba a recibirlo. Él siempre ha estado para mí y por fin yo hoy puedo estarlo para él. Hoy y para siempre, porque mi vida aquí ya es eterna.

La verdad es que no ansiaba este momento en el que mi vida tuviese un punto y final (en la tierra, claro) pero estaba confiada, tenía la seguridad de que había algo más allá. Igual vuestros abuelos me entienden, ¿no? Porque éste es un método fácil para criticar la veracidad de la fe de algunos.

Puede ser verdad que mi abuela en su día me inculcase los valores que ella creía que eran los correctos pero ¿soy yo la que decide, no? Y gracias a Dios nunca mejor dicho que soy yo la que te supe decir que sí a ti y a todo lo que conllevaba seguirte desde los valores de familia, amor, solidaridad y humildad entre muchos otros, pero es que esos han estado tan presentes a lo largo de mi vida…

Fui capaz de decirte que sí porque detrás de cada pregunta que no supe contestar, de cada mala racha, de que te llevases a mi familia ahí arriba contigo, de cada muerte sin sentido por ataque terrorista, de cada problema de hambre, desnutrición y pobreza en el mundo tú seguías dentro de mí, rondando por mi cabeza, cuestionándome esas cosas que sí que tienen importancia y eso al fin y al cabo significa algo ¿no? Me movías por dentro y nunca me abandonaste, pero igual yo a ti a veces sí cuando te echaba la culpa del hambre en el mundo sin darme cuenta que los verdaderos causantes somos nosotros mismos… cuando no perdoné al que me hizo daño o cuando incluso no supe pedir perdón yo al que había herido. A veces se nos olvida que tú no has dado el mayor regalo que existe en el mundo: la vida. Habrá gente que no pueda entenderlo pero ahí ya entran los límites que tenga cada uno. La fe es totalmente ciega pero a veces tan necesaria… ¿quién te hubiese podido comprender prescindiendo de ella?

No hay fe más verdadera que la que se demuestra con las obras, y espero haber podido reflejar con mis propios actos lo que tú me has llegado a transmitir, que la gente haya visto en mí ese concepto tan abstracto que a día de hoy conocemos como “felicidad” y que para muchos de nosotros tiene significado en ti.

Porque he vivido, he disfrutado, he reído y llorado. He conocido a muchísima gente y sus distintos pensamientos, culturas y tradiciones. He querido pero también he odiado, me he rendido pero he conseguido superarme cada vez más. He conocido diferentes religiones, pero sólo tú me mereces confianza; sólo tú me llenas.

Y por eso Dios, perdona todas las veces que me has visto triste cuando tú realmente me das todos los motivos para ser feliz.

ÁNGELA MONTEJANO IZQUIERDO, 1ºA, 21



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